Su mirada se pierde en el color rojo. Es lo único a lo que presta atención. Escucha voces que lo aturden. Ante él, un hombre se curva, adelanta el pecho y mira hacia arriba, a la gente que grita y vitorea. La rabia aumenta, pero lo que está a punto de hacer no le servirá de nada. Embestirá al vacío.  De nuevo sólo la tela carmesí ondeando a un lado y al otro. Irá otra vez a por ella, sí. Quiere desgarrarla y acabar al fin con todo esto. No sabe que pronto su cuerpo también se teñirá del mismo rojo.


       Golpea la arena con una de sus pezuñas, preparándose para correr de nuevo. Bufa unas cuantas veces, y cuando ve que el hombre se acerca a provocarle, baja la cabeza y se lanza. ¡Va a conseguirlo! ¡Unos pocos metros más y la romperá en mil pedazos con sus portentosos cuernos!
Como si de magia se tratase, la sábana se ha escapado y él, que no lo esperaba, ha seguido corriendo. Elpúblico se incorpora de los asientos emocionado y aplaude. No importa, se ha detenido unos instantes pero ahora regresa mucho más furioso que antes. De nuevo intenta embestir, pero cuando ya se encuentra cerca siente un pinchazo fuerte y seco en su columna. La herida que le acaba de hacer el hombre sonriente, comienza a expulsar sangre a borbotones. Ahora ya tiene dos objetivos: la tela provocadora y el hombre. Nota que sus fuerzas flaquean, pero no se deja vencer.


     Mira con fuego en los ojos a los dos e intenta abalanzarse sobre ellos. Su corazón late alterado. Segunda estocada. Ahora se tambalea un poco y su vista se nubla. Aún es capaz de resistir, no se rinde. A la tercera, se ha desplomado sobre la arena con un sonido sordo y se encuentra en el suelo inmóvil. La gente aplaude llena de júbilo, feliz, sonriente. El hombre se quita la montera y saluda a sus admiradores. Lo ha logrado. Ha conseguido el respeto de las personas gracias a su arte en matar toros. Porque, al fin y al cabo, es un arte, ¿no?


    Qué horrible error. Eso no es un arte: es una humillación disfrazada de falsa valentía. Todos se engañan. Admirar a alguien que se mancha las manos de sangre una y otra vez, y que es capaz de dormir tranquilo y contento por haber logrado tal hazaña, es un absurdo. Pero, que no se equivoquen los espectadores. Ellos también se manchan  las manos observando divertidos este espectáculo.


El arte crea, no destruye.

2 comentarios:

  1. Anónimo says:

    Espero que este cacho de texto lo lleves a La Hoja!
    A ver si sé algo de tu vida, porque joder...>.<
    Marta~

  1. Unknown says:

    Horrible e inutil error!!!! Buenísimo

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Un sociólogo norteamericano dijo hace más de treinta años que la propaganda era una formidable vendedora de sueños, pero resulta que yo no quiero que me vendan sueños ajenos, si no sencillamente que se cumplan los míos.
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