Cuando el atardecer y la noche se pelean; cuando se entrelazan rasgando el cielo y partiendo en dos las nubes..
Cuando uno tiñe lo infinito de un rojo pasión intentando seducir al Sol; cuando la oscuridad lanza contra éste tonos morados camuflados en susurros, y abraza por la espalda a su adversario..
Sólo entonces, cuando la noche ya ha vencido, me coloco algunos abrigos, cojo un farol, me aferro a mi caja y salgo a buscarlas.
Me introduzco en el bosque, sin saber qué dirección tomar. Aleatoriamente escojo el primer sendero y comienzo a caminar. Mis pasos no son sigilosos, es más, no me preocupo por el crujido de una rama u hoja seca bajo mis pies. Tan sólo intento esquivar todo posible objeto con que pueda tropezar mientras miro hacia arriba.
Las copas de los árboles encapotan el cielo dificultando así mi búsqueda, pero yo continúo andando y observando atentamente, por si en algún cachito de cielo se muestra alguna. Me acompañan las palabras mudas y a la vez sonidos claros de los animales, pero aún así sigo sintiéndome algo vacía.
Cuando la paciencia comienza a desvanecerse, una de ellas me sorprende. A su lado otras dos más, una tercera un poco más alejada diría yo.
Dejo el farol en el suelo y cierro los ojos, posando una mano en el pecho y otra en la cabeza. Los abro de nuevo sonriente: lo averigüé. Averigüé el camino definitivo.
Ahora corro, segura y sin farol, decidida y satisfecha.
Los árboles han quedado atrás, descubriendo ante mis ojos un cielo repleto de innumerables puntitos, recordándome a una pared de gotéele. La única diferencia es que éstos relucen allá a lo lejos como pequeñas piedras preciosas.
Decido acomodarme en una piedra idónea para tumbarse. Tras analizar el firmamento, fascinados, mis ojos se posan en una de las que más brilla. Me percato de que tumbada no voy a conseguir cazarla. Me incorporo pues, y despego mis pies del suelo hacia arriba, pero no es suficiente. Tengo que saltar más. Aún sabiendo de la existencia de la gravedad, yo vuelvo a saltar dos, tres, cuatro veces. La toco y entonces es mía. La tomo entre mis manos cuidadosamente y la introduzco en mi caja. Sigo pegando brincos cada vez que veo alguna que destaca, ya sea por su brillo, su parpadeo constante o simplemente por una corazonada.
Ya está. Con el último punto incandescente guardado en mi caja he perdido el último abrigo que me quedaba. Ésta no está llena ni mucho menos, pero las que he conseguido esta noche son suficientes, no necesito más.
Indefinida..*